
Un cuchicheo reemplaza el griterío habitual y se va apoderando subrepticiamente del enorme comedor del hogar de huérfanos. Un aire de misterio, fábulas y palabras como pito y chochi retumban en los altos techos.
La duda existencial propiamente dicha le surge a cualquiera cuando llega a cierta edad. Surge en los salones de clases y la maestra no puede evitar ruborizarse, surge en la familia y mama te dice que le preguntes a papa, o surge en el barrio y solemos enterarnos de una versión guaranga y sincera de la verdad. “¿
De dónde venimos? ¿De dónde salen los bebes?”. La pregunta va mucho más allá de la explicación biológica o funcional, va cargada la intención de reconocerse como alguien con una historia, como producto de una situación. Una consulta tan simple implica revelar a un niño una verdad profunda, íntima y constitutiva. Y ni hablar de contárselo a un huérfano.
En el “hogar de huérfanos de Rosario”, crecen 219 niños que comparten un pasado turbulento y la esperanza de darle un giro a la historia de donde vienen, una esperanza infantil que no conoce límites.
Algunas explicaciones añejas de cómo vienen los niños al mundo, ya sea espontáneamente o de un repollo, suelen encajar sorprendentemente bien con las historias de cómo llegan los chicos al hogar.
(con su instructor reglamentario) ni los talleres de teatro, danza, violín, ni los peluches que decoran las paredes, ni los videojuegos en la sala de computación le sacan de la cabeza a los chicos que hoy tienen la oportunidad de pasar el día con un pariente .
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