jueves, 2 de octubre de 2008

Retrato de la peatonal un día de paro


El tren de la vida del que nunca nos bajamos, se visualiza en cada acto cotidiano. Y cuando algo sucede y lo saca de carril, también se ve claramente. Esto se me vino a la mente cuando ayer, intentaba caminar por la peatonal Córdoba a las 6 de la tarde.
Es que los empleados del gobierno municipal estaban de paro por un reclamo salarial, y esta medida, significa entre otras cosas, un cambio del paisaje cotidiano de nuestra ciudad, en este caso de la peatonal.
Cuando los docentes realizan medidas de fuerza y no tenemos clases, se nos trastocan todas nuestras rutinas y hacemos cosas locas que no teníamos planeadas. Pero cuándo deja de funcionar como debería, el espacio público, es verdaderamente caótico. Nadie dirige el tránsito y todos cruzan por cualquier lugar abalanzándose sobre los autos.
Pero lo más atípicamente modificador del paisaje urbano, fueron los vendedores ambulantes. Rebalsaban por todos los costados y al ya clásico desfile de los mas variados personajes: floggers, emos, artistas callejeros y promotoras repartiendo pases a quien sabe que mundos, se les sumaban familias enteras instaladas sobre la remodelada peatonal (con quien sabe que dinero).
Desde la mañana, estos verdaderos persas oportunistas, comerciantes extraoficiales, artesanos, desocupados o pobres (como quieran llamarlos), transcurren sus horas ofreciendo toda clase de baratijas: cds truchos de música de karaoke, collarcitos, pulseritas, juguetes, ropa y hasta salames artesanales. Todo vale un día sin inspección.
Ayer no se veían mujeres paquetas paseando a sus perros, ni la gente demente de siempre haciendo compras y peleando con sus hijos mientras se les cae de la boca el pochoclo.
Para mi la peatonal es un lugar de paso, un espacio que fluye, donde nunca permanezco. Es más; fuera de los horarios de locura cotidiana, hasta me da miedo pisarla.
Pero cuándo hablé con Elena (una mujer que se quejaba de los ruidos molestos de un cantante desafinado en la puerta de su casa) me di cuenta de que para ella la peatonal es su lugar. El mismo lugar que representa para mí la vereda de mi casa, donde yo salgo a tomar mates en verano.
Es que para quienes viven sobre la peatonal (y a quienes nadie les preguntó si querían remodelarla), el panorama es molesto y bastante triste. Quizá porque de repente se topan con lo que nunca ven.
Yo en cambio, que vivo cerca de la periferia, veo cosas verdaderamente tristes. Pero quizá estoy más acostumbrada. Se ve que la gente de la periferia, se traslada para aquel lado en los días de ruptura de orden como ayer, porque por mi barrio no estaba ni el loro.
Elena dice que la abrumadora presencia de vendedores ambulantes, le impide a uno seguir avanzando. Literalmente. Y que es peor cuándo hay sol. Yo de hecho pensé que ayer estarían todos en sus casas tomando mates con churros por la lluvia, pero no.
Se olía a sahumerio, a marihuana y a salame casero. Por todo el trayecto. Era la calle San Luis (el verdadero paseo fenicio de la city), pero en Córdoba. Y en el piso.
Me ofrecían tarjetas de crédito, mientras veía una nube apocalíptica acercarse desde el oeste, como resabio de la tormenta reciente.
Elena decía que se respiraba un aire de pobreza; que los más desfavorecidos tienen que aprovechar el paro de ciudadanos mal pagos y explotados, para poder hacer unos mangos (en su peatonal).
El que no puede quejarse del día de ayer es el gerente de Garbarino, pues el vendedor que se instaló en la puerta de su local, supo encontrar la forma de mimetizarse con la vidriera, al incorporar un mantel color rojo en su especie de stand, como para no desentonar.
¿Esto acaso no les recuerda la feria de las colectividades, cuando todos se apropian de la peatonal, caminan disfrazados con trajes autóctonos y el olor a fritanga se respira por doquier? ¿No es como un carnaval medieval, donde todo se escapa, rebalsa a lo oficial, se desborda?
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