miércoles, 22 de octubre de 2008

De dónde Venimos





Un cuchicheo reemplaza el griterío habitual y se va apoderando subrepticiamente del enorme comedor del hogar de huérfanos. Un aire de misterio, fábulas y palabras como pito y chochi retumban en los altos techos.

La duda existencial propiamente dicha le surge a cualquiera cuando llega a cierta edad. Surge en los salones de clases y la maestra no puede evitar ruborizarse, surge en la familia y mama te dice que le preguntes a papa, o surge en el barrio y solemos enterarnos de una versión guaranga y sincera de la verdad. “¿De dónde venimos? ¿De dónde salen los bebes?”. La pregunta va mucho más allá de la explicación biológica o funcional, va cargada la intención de reconocerse como alguien con una historia, como producto de una situación. Una consulta tan simple implica revelar a un niño una verdad profunda, íntima y constitutiva. Y ni hablar de contárselo a un huérfano.

En el “hogar de huérfanos de Rosario”, crecen 219 niños que comparten un pasado turbulento y la esperanza de darle un giro a la historia de donde vienen, una esperanza infantil que no conoce límites.


Algunas explicaciones añejas de cómo vienen los niños al mundo, ya sea espontáneamente o de un repollo, suelen encajar sorprendentemente bien con las historias de cómo llegan los chicos al hogar.

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Cuando los días se vuelven en semanas, el niño empieza a sentir a ese monstruo cavernoso nacido en el siglo XVIII con vírgenes pisavívioras y santos de yeso como su hogar. La máquina pone en marcha sus engranajes recolectados, destila altruismo, buena voluntad y tarjetas de año nuevo y los transforma en mucho más que cuatro comidas, una cama caliente, educación y contención. Si bien el lugar hace años que no está atendido por personas devotas al Señor, un olor a pulcritud de monja, colegio de pupilos, se percibe en el ambiente.
Las primeras semanas el niño aprende los hábitos y costumbres del hogar: la pieza y el baño que le corresponde si es más chicos o más grande, nene o nena. También se adapta la educación regular y al cariño y los límites de la paciencia de las coordinadoras.

Los domingos son días muy especiales. Ni la pileta de natación
(con su instructor reglamentario) ni los talleres de teatro, danza, violín, ni los peluches que decoran las paredes, ni los videojuegos en la sala de computación le sacan de la cabeza a los chicos que hoy tienen la oportunidad de pasar el día con un pariente .

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Los lunes suelen ser días difíciles, porque hay que lidiar con las emociones que quedaron del domingo. Alguno la pasó bien, otros en sus casas volvieron a encontrar la misma razón por la que hoy está en el orfanato y otro que se quedó esperando en la puerta.
Con los años, más allá de donde haya venido cada uno, van construyendo sus propias historias. Los chicos cuando cumplen ocho años son derivados a instituciones inciertas, (necesitan más espacio, tierra y más personal, argumenta la trabajadora social) la chicas se pueden quedar unos años más. Algunos vuelven a visitar el lugar y hasta a trabajar.
El hogar de huérfanos cumple la función de ciertos galpones y depósitos: un lugar donde uno deja las cosas que uno no quiere o puede hacerse cargo y le da lástima tirarlas. Camas, muñecos y ropa forman un collage de excedentes provenientes de épocas, estilos y niveles socioeconómicos bien diferentes. De la misma forma entran cosas muy valiosas, pequeñas y que lloran. Es un lugar donde las cosas que no queremos o podemos tener, tienen otra vida. Y aunque muchas cosas entran, no es tan fácil que salgan. No debe ser fácil parar el punto en el que un refugio se empieza a convertir en una jaula.
Que de una relación sexual, un esperma capaz y un óvulo receptivo provenga la vida es el problema tanto de los padres que abandonan como de las parejas que desesperan por adoptar. Y el orfanato, un intento de solución.
Puertas adentro, mirando por tv la parodia de un orfanato, haciendo los deberes o jugando en el patio, los niños siguen esperando a una familia, o por lo menos un domingo.
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