jueves, 30 de octubre de 2008

De lechuga y tomate, por favor

No todos los mercados son iguales, mucho se dice sobre los financieros pero esta es una breve crónica sobre un mercado real, el marcado de concentración, el marcado de frutas y verduras.

La escandalosa crisis financiera que irrumpió en la vida y en los medios saturó los oídos de palabras, que a fuerza de repetición, comienzan a perder el hechizo mágico que les consignaba un significado lógico, incuestionable y natural. No soy economista, pero (o mejor dicho, por lo mismo) algunas cosas me parecen sospechosamente absurdas. Reconocidos profesionales analizan el impacto de la crisis en la economía real. Si existe un término como “economía real“ que se define por oposición a la “economía financiera“, yo les pregunto: ¿qué significa? ¿Quién será el García Marquez de la economía? ¿quién escribe las mejores ficciones?

Según el mundo semántico de la economía y siguiendo su lógica, existe un mercado financiero, aquel que corresponde a la economía que no es real y donde intercambian figuritas de colores; y un mercado real donde se compran y venden productos y servicios.

mercado
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Por alguna razón (y no cuestioné cuál porque le temo a los duendes vestidos de verde) no me dejaron entrar a la Bolsa de comercio de Rosario con mi cámara, mi grabador de audio y mis jeans rotos. Tuve que abandonar el fantástico mundo del mercado financiero para viajar más de una hora en un colectivo (muy real) y llegar al concreto, material, inmensamente real, Mercado de concentración de Fisherton. En la entrada no me pidieron documentos, ni me preguntaron el motivo de mi visita, tampoco me tiraron tomates por la cabeza. El mercado es inmenso, en los laterales hay galpones con huevos, aceites y misterios; en el centro, un gigantesco galpón central lleno de tomates, lechugas, limones, sandías, rabanitos, cajones, gente, pancheros, garitas de fotocopias, carritos que vende café, más tomates, duraznos, manzanas, naranjas, muchas naranjas, cajones, autos, camionetas, camiones, colectivos…
Deambulé sin rumbo por los puesteros preguntando precios para ir perdiendo la vergüenza de ser real y estar en un lugar real para luego escribir un texto digital. Ya estaba un poco desanimada cuando vi que un muchacho llegó a un puesto con muchos cajones, y luego de un intercambio de palabras se llevó un cajón de rúcula y cinco pesos. El puesto es de Vicente y me explicó que los cajones tienen marcado el precio y el dueño y que cuando el cliente se los trae él les devuelve la plata. Vincente vende verdura de hojas verdes. En su mayoría los puestos de hortalizas son de los mismos productores y el precio de la mercadería se marca minuto a minuto según la ley de oferta y demanda. “Hoy no hay nadie y le idea es vender todo“ .
El caso de los tomates o las frutas es distinto, los puesteros son consignatarios. Gaspar tiene un puesto con muchos tomates y me explicó detalladamente cómo es la jugada en el mercado. Los precios de los productos que van dirigidos al mercado interno se definen ahí dentro, con la manzana o la banana, que se exportan, no pasa lo mismo “si Brasil compra a cuarenta, acá el productor te pide cincuenta“ . Es el mercado internacional el que fija los precios de los productos que se exportan. El mecanismo es complejo, por ejemplo, si el tomate baja mucho, al productor no le conviene sacarlo al mercado. A veces los precios están muy altos y el productor, por negarse a vender a un poco menos, termina perdiendo mucho dinero; “igual que en la bolsa“.

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Gaspar describe bien como es la pulseada día a día y me dijo que ellos hacen lo mismo que en Wall Street, lo mismo pero con lechuga y tomate, lo mismo pero real, lo mismo pero sin traje, lo mismo pero mucho más lindo.

Tengo un lejano recuerdo de pequeña en algún mercado, no sé si es real, no sé cuándo dejaron de existir los mercados en Rosario. Conocí otros mercados, me fascinan, siempre generosos en colores, en aromas y también en basura. No sé por qué algunos lugares conservan esta tradición y otros no. Creo que representan los lazos sociales, el tiempo que sobra, el contacto directo. Pero más allá de esta visión romántica benefician al consumidor, acortan la cadena de distribución
y evitan los grandes monopolios que determinan los precios a su antojo.

¿Te gustaría que haya un mercado en tu barrio?

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