miércoles, 8 de octubre de 2008

Crónicas de un barrio que sabe que puede...

por Anahí Lovato

En Barrio Magnano Rosario se acaba de golpe. Se precipita por el Saladillo, que huele a espanto. Antes de llegar al arroyo se ve la última hilera de casitas. Se acomodan como pueden sobre el callejón de tierra que, según el mapa del municipio, se llama Guillermo Tell. Patricia Fleitas, coordinadora del Programa Encuentro en Rosario, me dice que estamos en Ayacucho al 6600, pero la numeración se perdió unas cuadras antes. El salón comunitario donde funciona el Centro de Alfabetización está sobre el albardón, junto a la enorme huerta donde todos se ensucian las manos. Hay que dar un buen rodeo para poder llegar. “Cuando llueve, esto se inunda y no entra nadie”, aclara Patricia, que me guía a paso apurado mientras saluda a todo vecino que se cruza.

“Este centro hace varios años que lo queríamos abrir. Lo que pasa es que en el 2001 la preocupación de los vecinos no era leer y escribir, era poder llevar un pedazo de pan a la mesa para que sus hijos comieran. Hoy, a lo mejor la vecina hace una changa, está trabajando, y entonces sí la podemos invitar para que se acerque a alfabetizarse”, explica.

Patricia no disimula bien el orgullo cada vez que habla del centro nuevo. El cuerpo es menos controlable que el discurso, y varias sonrisas se le escapan. “Es que el Programa siempre nos llenó de satisfacciones”, dice, como buscando una excusa para la emoción: “La persona mas grande que alfabetizamos el año pasado, por ejemplo, tenía 81 años. Ese señor fue con su bastón a recibir su certificado en el acto de graduación. Se ve que ganas de aprender había, el problema fue que nadie lo invitó antes. Él, en ese acto, contó que su gran anhelo era poder escribirle una carta a su hija en el Chaco. Y lo concretó”.



En el nuevo centro de Barrio Magnano, en el punto más austral de la ciudad, están aprendiendo a reconocer las letras tres señoras: una abuelita, una señora de 40 años, y Juana, de pelo colorado, que con sus 63 años y una familia de más de 50 integrantes, se animó a agarrar el lápiz y practicar renglones enteros de vocales. “Ella tiene mucha predisposición para aprender, pero otra de las señoras tiene una vergüenza increíble. Nos pide a nosotros que cerremos la puerta del salón, que no pase nadie, porque la desconcentran y además tiene miedo de que la carguen”, cuenta Noelia Galarza, una de las dos alfabetizadoras voluntarias del barrio.

Como Juana no pudo venir a la última clase, Noelia la pone al tanto de las novedades. “Ayer aprendimos a unir una vocal con una consonante. ¿Sabe Juana? ¡Nos reímos toda la tarde! Resulta que hay una compañera riojana que pronuncia la erre arrastrada. Y la otra le quería enseñar a hablar en rosarino”, se ríe. Noelia da clases con su hija en brazos, y va y viene con los bidones de agua a la heladera. Hace un calor terrible en los primeros días de primavera.

La tarea de alfabetización no termina en la clase. Ni para los voluntarios ni para los alumnos. “Los alfabetizadores nos juntamos una vez por semana a hacer plenarios. Lo que se hace es seguir profundizando el programa, proponer técnicas participativas. Todo el tiempo discutimos sobre cómo está la educación”, cuenta Patricia, la coordinadora de “Encuentro” en Rosario. Los alumnos, por su parte, siguen en casa, con los nietos, practicando con los libros de lectura y ejercitación que se llevan desde el primer día.

“En este barrio nos encontramos con que muchos nunca fueron a la escuela, y eso que la escuela está a la vuelta de la casa. Lo que pasa es que la escuela formal tiene una estructura muy rígida, y muchos no pueden cumplir con eso. A veces se transforma en un impedimento, porque los chicos no tienen útiles ni zapatillas, y por ahí quieren ir en ojotas y no se los permiten”, dice Noelia, y en seguida Patricia le roba la palabra para explicar que los centros de alfabetización que el programa crea tienen la característica de no estar alejados del barrio, y de buscar alfabetizadores que son vecinos. “Acá si quieren venir en short lo pueden hacer. Todo esto es para que sientan confianza y que puedan tener solamente las ganas de estudiar, que no tengan vergüenza”, afirma.

Cada centro de alfabetización funciona tres veces a la semana. “Los días y los horarios los ponen los vecinos, en conjunto con el alfabetizador. Trabajamos con dos alfabetizadores por barrio porque la idea es que siempre haya alguien para que el centro esté abierto. Porque si alguien viene y está cerrado, eso puede ser muy chocante para la persona que se animó a venir. Entonces el centro de alfabetización tiene que estar abierto aunque llueva o truene”, sostiene impetuosa Patricia.

Lleva ya cinco años al frente del proyecto, y de ese tiempo le quedaron muchas historias por narrar, y muchos aprendizajes. Cuenta que una vez, en zona norte, abrieron un centro de alfabetización en la casa de una vecina. “La señora fue a votar, y quería votar a una candidato, y no supo a quien votó porque no sabía leer y escribir, y los votos no tienen la cara del candidato”, relata. Por eso quienes coordinan el programa están muy convencidos de que la educación es una herramienta transformadora. “Saber de nuestros derechos hace a la transformación, a estar concientes de la realidad y poder y querer transformarla. Si no conocemos nuestros derechos no vamos a poder pelear por ellos”, cierra Patricia, sin vacilaciones. A esta altura, las ganas de echar una mano son contagiosas.
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