sábado, 4 de octubre de 2008

"Los Inolvidables"




El Sistema tiene sus formas de recompensar y reproducir a los hombres que necesita. Los hombres que son funcionalmente adaptados, anatómicamente correctos y correctamente motivados, suelen encontrar una mujer, y envejecer en su compañía. Los que no, encuentran bares como “los Inolvidables”.

Montevideo y San Martín se cruzan justo donde se encuentra este bar, al que si le sobra algo, es identidad. En él se juntan a pasar el tiempo libre personajes tan extraordinarios como ordinarios, con sus rostros moldeados por la calle y el tiempo. Este refugio de los machos de antes, este templo de los timberos de los últimos días, es uno de los lugares que quedan donde se dan relaciones humanas que se miran con asombro desde la postmodernidad.

Entro al bar con la leve sensación de ser un intruso. Eran las 7 de la tarde y “los inolvidables” estaba en plena ebullición. Boca estaba jugando contra Liga Deportiva Universitaria de Ecuador, había varias partidas de ajedrez en las mesas de un costado, en el otro costado partidos de pool y algunas manos de truco y chinchón en el centro. En cada gol, todos dejaban sus timbas de lado por un momento y se arrimaba hacia el pequeño televisor en lo alto de una pared. Era ese tipo de situaciones que sólo se da entre hombres cuando no está ni la remota posibilidad de que aparezca una mujer. El humo de tabaco, la respiración y la mugre de años habían transformado todos los colores en tonos parduzcos, y al aceptar ese tono amarronado como el color original de las cosas, la suciedad se hacía invisible. Deambulo por las mesas tratando de entender más a ese lugar. Me acerco a la partida de pool y veo que en realidad se trataba de casín: se usa la mesa de pool y los tacos, y se le agregan unos misteriosos pinitos en el centro de la mesa. Casín, juego confinado a clubes en decadencia y bares empecinados en no entregar su tradición, un juego que ya no lo conoce ni el loro, me aclara alguien mientas putea por el partido.

Todos conocen a todos, todos se putean y todos apuestan. Es tan así que hasta tienen preparada una pequeña salita especial, un poco más resguardada de la vista de la ley, para apostar a los caballos. El televisor sintonizado en crónica, una pizarra con un cuadriculado donde anotan las apuestas y resultados. La voz aguda del locutor de crónica mantiene en vilo a toda la sala hasta anunciar al ganador. Un anciano muy encorvado alardea su trifecta y un hombre que parece desafiar la industria de las ópticas multifocales usando sus lentes y arriba otros lentes, completa los resultados en la pizarra.

Un hombre moreno de vestiduras humildes y pelo engominado abandona la sala y se pone a jugar al truco contra un sujeto canoso y flaco. Apuestan cinco pesos y fijan el juego hasta quince puntos. El canoso gana sin esfuerzo, el moreno paga en el instante y empieza otro partido, esta vez con un muchacho que andaba dando vueltas con una abultada bolsa de nailon. Esta vez el moreno afina su juego, vence y reclama sus ganancias. “Acá tenés como veinte” le dice el muchacho entregándole su bolsa.

Hace rato que había caído la noche y seguía llegando gente. Les pregunto a dos hombres sentados en una mesa que tipo de gente viene acá. Uno me dice “son todos buena gente” y el otro retruca “son todos malandras”. Son hombres grandes refugiándose en un mazo de cartas, en un tablero, en un boleto de quiniela. “Venís acá y te olvidás de todo”.En “los Inolvidables” no se puede encontrar ni a medio sujeto que la sociedad de consumo pueda haber previsto o necesitado. Lo que quedaba claro viendo a la gente que entraba y salía es que todos esos hombres no habían comprado la versión oficial de la vida, por rebeldes o simplemente porque no les alcanzaba. Y si no son adaptados, anatómicamente correctos y correctamente motivados, nada les da la seguridad de que el mundo lo ampare y los acompañe y envejezca con ellos. Pero tienen un bar, donde tienen a alguien con quien putear, apostar y compartir.

Mientras veo jugar al ajedrez, se acerca el hombre moreno de pelo engominado y ofrece venderme el contenido de la bolsa que había ganado: unas paletas de ping pong y una red. Le decimos que no, y el hombre sigue mesa por mesa en búsqueda de algún comprador.
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