miércoles, 12 de noviembre de 2008

A escena desnuda

por Anahí Lovato

¿Qué es el teatro sino la puesta en juego de los cuerpos, las voces y las palabras en el espacio? Digo espacio, no escenario. Digo cuerpos, no actores. Digo voces, no líneas. Digo palabras, no libretos. Quiero decir: ¿no será esto desenmascarar los viejos códigos artificiosos y petrificados del teatro?

Desenmascaramiento es el título del acontecimiento teatral que 11 actores, bajo la dirección de Leonel Giacometto, echaron a andar los viernes y sábados de octubre –y el primer sábado de noviembre- a las 22 hs en el Instituto de Artes Contemporáneas de Rosario (ÍCARO), y ahora se presenta en La Casa del Artista Plástico, desde las 22 hs, los días 13, 14, 15 y 16 de noviembre.





Subiendo por la estrecha escalerita de la Casa 2 del Instituto, el aire ya se siente enrarecido. Un flaco de lentes y piercing me recibe con el programa de la obra y me invita a pasar a una degustación de vinos. La salita se va poblando de personajes, y empieza a quedar estrecha. A través del enrejado que hace de piso veo a varias personas que van y vienen como apurados con los últimos detalles. Imagino que son los actores. A decir verdad, desde que leí las indicaciones en el programa que me entregó el flaco (que, tiempo después, tras varias operaciones de relación de toda la información que iba pescando, descubrí que era el mismísimo director de la obra) sospechaba que toda la gente a mi alrededor podía ser parte del elenco. De hecho, dudaba de que la obra no estuviera ya empezada, y mi “yo espectadora” sentía el cosquilleo nervioso de la proximidad de la interpelación.

“Circule libremente / esto no es una obra de teatro / en la cocina no hay para beber y comer pero se puede pasar / tenga cuidado con los actores / los actores no tendrán cuidado con usted / los actores pueden verlo y escucharlo / acérquese todo lo que pueda / no piense tanto que está de pie / circule libremente/ trate de relajarse pero recuerde que ésta no es su casa / disfrute antes de entender / no se preocupe / circule libremente”, me advertía el folleto de la entrada. Tenía terror de pasar al centro de la escena. Más bien, tenía terror de ser el centro de la escena. Así que, para distraer a mis propios nervios, me detuve a observar todos los detalles que componían el ambiente: había varios cuadros en las paredes, algunos con figuras tridimensionales que salían fuera del marco, como las putas de Berni. Pero enseguida acaparó mi atención una planchita de corcho que sostenía, en un rincón, algunos recortes de diarios donde podían leerse las notas publicadas por la prensa local sobre el espectáculo que yo sospechaba que ya estaba ocurriendo. Paré la oreja: el director y sus amigotes refunfuñaban leyendo un titular que los acusaba de desear “llegar al gran público”. “Pusieron cualquier cosa”, rezongaban entre dientes.



Después, la obra que yo temía iniciada dio una señal más clara de comenzar: la gente comenzó a desplazarse hacia el salón contiguo que acababa de ser abierto. Sin pensar demasiado seguí a la multitud, asombrada por la horizontalidad de la escena. ¿No deberían estar los actores sobre las tablas, unos escalones más arriba del público cómodamente sentado? Pues no, la obra comenzaba a desarrollarse, pero no delante de mí. Más bien entre mí, entre mi cuerpo, entre mis movimientos, y los cuerpos de las otras personas que circulaban. Los actores se abrían paso entre la gente. Todos atendíamos atónitos al cuchicheo de tres mujeres que conversaban sobre un sillón dispuesto apenas unos centímetros más allá de donde yo estaba parada.



Después la obra devino vaivén. Fluir de gente que caminaba, corría, gritaba de un rincón a otro de la casa: por la habitación, por el baño, en los balcones, hasta cruzando la calle. Yo espectadora seguía a una pareja que discutía, mientras en otra habitación otra gente veía otras acciones que yo me estaba perdiendo porque había decidido, no se por qué, seguir a esa pareja y no a alguno de los otros grupos. Y si: la obra era multidimensional. Si la unidad de un escenario había sido desechada desde las bases, en una casa con mucha gente muchas cosas acontecen al mismo tiempo. En la simultaneidad, era yo la que daba unidad a la historia siguiendo a un personaje, después a otro, y luego a otros dos, y recomponiendo mis fragmentos de espía curiosa que se inmiscuía en las escenas ajenas. Ajenas pero propias, porque yo circulaba y los actores me chocaban, me pisaban, me aturdían. Hasta que alguien gritó basta, y la situación dio un vuelco inesperado.

Los límites entre ficción y realidad se volvieron aún más difusos cuando los actores tomaron un micrófono y comenzaron a relatar lo que parecían sus historias personales, hasta que la presentación se tornó discusión y pelea, y un desdibujado director hubo de intervenir para calmar las aguas. A propósito de su presentación, dos de las actrices decían:

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Yo comenzaba a preguntarme si la obra había terminado y ya era tiempo de aplaudir, o si seguía siendo parte de la escena, o si la escena me acompañaría a la calle y seguiría conmigo por el resto de mi vida, o si acaso yo había entrado en escena en el instante en que entré a la vida, allá por 1985. A fuerza de insultos en la cara los actores me despertaron de la ensoñación y me obligaron a no pensar nada. Tuve el impulso de meterme en el pelotón, de ignorarlos y salir corriendo a tomarme los restos de gaseosa que quedaban en los vasos del comedor. Con el rostro desencajado me llamaron judía capitalista, socialista, comunista, peronista, montonera. Nadie se movió. No pude dejar de mirarlos y quizás, alguna vez, sonreír.


Me alejé del salón con la melodía de la marcha peronista sonando en mi cabeza. Quería comer un pancho y volver a casa, pero el acontecimiento insistía en interpelarme y no dejarme tranquila. Yo sabía que un acontecimiento implicaba un encuentro y una transformación. De hecho, que todo encuentro era un acontecimiento, porque nadie salía ileso de él. Efectivamente, los actores no tuvieron cuidado conmigo. Sin prejuicios, los irreverentes se atrevieron a desenmascararme en mi rol de espectadora y así me fui, desnuda, a continuar actuando para mi propia vida, en mis propios escenarios.

Desenmascaramiento Teatro
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Puede que esta crónica le resulte extraña. Lo cierto es que tengo deseos de contarle mucho más, pero no quisiera desbaratarle su experiencia personal. Pues bien, ahora que me lo pregunta yo le diría: vaya a ver la obra, desconfíe de los actores y desconfíe de todo lo que sucede. Pero, sobre todas las cosas, desconfíe de usted.

¿Fuiste a ver Desenmascaramiento u alguna otra obra de Giacometto? ¿Te gusta el teatro independiente? ¿Creés que el teatro rosarino tiene algún sello personal? ¡Contanos qué pensás!

Fuentes:

Fotos del Slidecast: http://www.desenmascaramiento.blog.terra.com.ar/

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