domingo, 7 de diciembre de 2008

No es una crónica más sobre las colectividades

Estaba cansada y con mucho calor. Era uno de esos días desubicados a los que nos tiene acostumbrados la primavera. Encima domingo: el séptimo día, algo deprimente para mi gusto, porque en general me acosté tarde luego de un sábado loco y comí mucho asado al mediodía.
Cuando ya estaba por echar raíces en el sillón, mi hermana me recordó que la tenía que acompañar a la feria de las colectividades porque bailaba Facundo su novio. Si hay algo (lo único quizá) que me gusta de la feria, es ir a ver los bailes típicos. La comida no me convence demasiado y la gente tampoco.


Cuándo había ido otros años, siempre me paraba a ver los bailes de Siria o Líbano. Me gustan las danzas árabes, pero nunca aprendí bien a bailarlas. O quizá a los italianos (que espero que no me maten porque hay no sé cuántas colectividades en Italia). Pero de los bailes de la colectividad Navarra no tenía ni idea. Cuándo me nombraron la Jota o me tararearon un poco la canción de San Fermín me resultó un poco más familiar.
Facundo Iturrat (mi cuñado), tiene 21 años y baila desde pequeño en el Centro Navarro de Rosario junto a sus hermanas, además de estudiar administración y jugar al rugby.
El navarro es una cuestión de tradición y familia, que roza lo irrenunciable (si no lo es). A mí a veces me hubiese gustado pertenecer a algún grupo étnico o cultural un poco más homogéneo del que formo parte según los estudios de mercado, pero no se me dio. Por eso lo cuento como observadora.
Mi viejo no quería ir hasta allá, no porque no le interesara la cuestión cultural, ya que con Facu habla siempre en sobremesas sobre las costumbres navarras, aduciendo conocimientos sobre el tema. Pero aunque baile su propia hija no iría yo creo. Nunca le gustó la feria. Más bien creo que le tiene fobia. No sé si al gentío o a que. Tampoco lo ibas a ver en un acto del colegio donde yo salía de paisana o negra bailando el candombe. Así que nos tuvimos que ir en un taxi con mi mama que también se quiso sumar.
Como mi viejo quería huir lo antes posible y no tenía lugar para estacionar nos dejo a un par de cuadras. Yo había estado a la tarde haciendo una nota para Re-Play ahí mismo (hicimos unas fotos con una banda porteña en el stand de Brasil muertos de calor).

Pero realmente era otro el escenario: mismo lugar pero distintos personajes. Yo le decía a mi mamá que toda la zona de la feria se puebla durante esos días de toda la gente que habitualmente no forma parte de ese paisaje. Es como si los habitúes de la zona que salen a pasear a sus perros o a caminar se encerraran en sus departamentos durante lo que dura la “invasión”. Para salir luego, nuevamente, una vez que el servicio de limpieza municipal ha hecho su trabajo.
Es un contrato curioso. El gobierno crea un espacio de supuesta “cultura popular” (donde realmente brillan por su ausencia los stands de culturas aborígenes y tradicionales de nuestro país y hay más caipiriña que empanadas de carne cortada a cuchillo) para hacer propaganda y traer a la gente. Luego limpia todo para que quienes los votaran y pagan los impuestos vuelvan a hacer su vida ¿Que loco no? Pero bueno dicen que así es la política.
Llegamos al escenario principal y mi hermana fue a buscar a su chico mientras yo me quedé con mamá que se quejaba de estar parada. Facundo estaba vestido con el traje típico de Navarra.
Mientras esperábamos el baile nos fuimos a comprar algo para comer. Yo opté por un shawarma. Al hombre que me atendió, que tenía más cara de ruso que de sirio, le pedí dos pensando que mi hermana también quería. Cuando descubrí que me había equivocado y le pedí si me podía devolver el dinero, me dijo que no. Si hay algo que me molesta de las colectividades es que me quieran currar con la plata. Las gaseosas de medio litro costaban 5 pesos y encima como era todo medio ilegal: me podría haber metido yo en el predio con una de esas heladeras que llevan las familias numerosas a la playa y vender gaseosas a mansalva. Y al precio que se me cantara.
Finalmente, mientras se chorreaba todo ese shawarma medio mal hecho y tomaba mi coca-cola miraba el espectáculo. Primero bailaron los iraníes danzas persas y luego llegaba el turno del Centro Navarro. Ahí estaba yo: paradita observando. Mi hermana sonriéndole a su novio y sacando fotos y mi madre quejándose de estar parada.

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